Un día
despertamos y quizá el calor que llenaba el pecho ya no arde de la misma
manera, se va enfriando el corazón, la oración, el servicio. A veces las
tormentas vienen, y a veces nos metemos en la tormenta. No siempre es malo, en
gran parte de los momentos es también Dios llamando, ¿qué tan abierto estoy a
escucharlo?
Tienes un
nombre, tú no lo elegiste pero forma parte de quién eres, te identifica como
esa persona única. Cuando eras pequeño lo escuchaste por primera vez de tus
papás, tu familia, sus conocidos; ahora lo pronuncias también tú. ¿Te has
detenido a escucharlo directamente de Dios?
Si hay algo
que haya hecho tambalear tu fe, es un buen momento para volver a preguntarte
por qué creer. Y todo comienza de vuelta con recordar quién soy y de qué manera
he sido invitado por Dios para acompañarlo y dejarme acompañar.
Dios nos amó
primero, nos amó hasta el extremo; sin importarle qué hacemos, qué música
escuchamos o sin haber esperado a que nosotros también le amaramos. Tenemos la
dicha de un Dios que nos ama como Sus Hijos, porque eso somos, y al mismo
tiempo vive con nosotros como Sus amigos, quiere tener esa oportunidad de
compartir la intimidad, cercanía y alegría que le damos a aquellos en quienes
confiamos.
Cuando
estamos con nuestros amigos, buscamos ser la mejor versión de nosotros, mostrar
las virtudes y entrega ilimitada. Si de la misma manera reconocemos que Jesús
es el amigo por excelencia, qué derroche de dones habría en el actuar de cada
momento al saber que ahí donde me encuentro está también Él.
Si estás
leyendo esto, posiblemente has escuchado hablar antes de Cristo, fuiste
bautizado, “hiciste” la primera comunión, te mueves dentro de un ambiente
católico, quizá en una familia religiosa. Parece entonces que la fe llega a
convertirse en algo que vivimos ordinariamente, dentro de nuestra cotidianidad.
Eso ya te ha sido dado, vas un paso delante de quienes todavía no saben de
Dios. Ahora podemos preguntarnos ¿qué estamos haciendo con la fe y el amor que
ya nos fue entregado?
Tal vez me
pasa como al joven rico “He practicado todo esto desde mi juventud, participo
en retiros, asisto a misa, me confieso, voy de misiones…”. Pero aún no me
atrevo totalmente a renunciar a las pequeñas cosas que me apartan de vivir como
Dios me ha soñado: libre y amado. Necesito creerle para así caminar la
vida juntos. Dios puede darme el regalo
más grande, el mejor de todos, uno inigualable. Pero si no mantengo mi corazón
abierto para recibirlo, no voy a poder disfrutarlo, no va a crecer, no podré
compartirlo.
Si aún
sientes que necesitas que venga a renovarlo todo, pídele.
"Quiero,
Señor Jesús, salir de la confusión en que a veces vivo, escucharte y dar
respuesta a Tu llamada, ser verdaderamente libre para seguirte. Arriesgar mi
camino con el tuyo, dejar mis miedos. Yo
sé que me has mirado, que has puesto tus ojos en mí, me quieres para ser
servidor en Tu Reino. Dame la fuerza de Tu Espíritu para ser enviada. Solo
contigo se es plenamente feliz."
Y si ya lo he recibido debo recordar que, como
dice el Apóstol Santiago, "la fe, sin obras, está muerta." Santiago
2, 17. Que mi corazón vuelva a elegir una vida que se entrega con la alegría
que da el Amor y quiere comunicar sin cansancio todo lo que he vivido con
Cristo.
Hay
corazones que se encuentran en sequía y esperan ser tocados por Dios a través
de ti. No te canses. Ahí donde tú estás es Tierra Sagrada también, quítate los
miedos, quítate las trabas y comienza a caminar en el gozo y el testimonio.
El Papa
Francisco nos invita “Ojalá Jesús te vaya marcando el camino para encontrarte
con quien necesita más. Tu corazón, cuando te encuentres con aquel que más
necesita, se va a empezar a agrandar, agrandar, agrandar, porque el encuentro
multiplica la capacidad del amor, agranda el corazón.”
¡ESFUÉRZATE Y SÉ
VALIENTE! (Josue 1, 9) No vamos solos, deja que el Señor te salga al encuentro
como en Emaús y sigue pidiéndole “Amado Jesús, Quédate con Nosotros”.
-María José Alfaro
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